martes, 13 de abril de 2010

DEBO ESTAR ENFERMO o como este año 2010 es el año de los abandonos.


No pudo ser, después de 70 kilómetros, 12 de ellos con el pie “abierto”, y con un rudimentario taping hecho con esparadrapo, tuve que abandonar.

Participar en las LXVII Millas Romanas de Mérida, siempre es gratificante; no todos los días participa uno en una prueba que antes se celebraba en mayo, precisamente el mismo día de los 101, y que gracias a tu sugerencia no solo cambió de día, sino de mes para pasar a celebrarse en abril.

Volver a saludar a los amigos, que uno va encontrando en todas las pruebas en que participa entre los organizadores y participantes, siempre es una satisfacción, formando parte de esas pequeñas cosas que nos demuestran cada día que no debemos haberlo hecho demasiado mal a lo largo de nuestra vida.

Toda prueba es una experiencia, y quizás eso de llamarse “prueba” no sea una palabra elegida al azar, sino que al igual que algunas otras palabras que se ajustan perfectamente a lo que tratan de definir, ésta también lo sea, y en todas ellas siempre suceden cosas y hay anécdotas que contar y que hacen que lo menos importante sea terminarla o no, sino vivir para contarla, como dijo el sabio.

Ver como LA SUFRIDA, volaba veloz durante el primer recorrido, y que durante buena parte de la prueba fue primero… ¡Tomares Vincit!, ¡A mi voz ira y fuego!.

Ver como esos 100 kilómetros debían parecerle poco, y yendo segundo, se dejó llevar por el que iba en cabeza y se salieron del recorrido, haciendo algunos kilómetros más, pero eso no logró borrar de su mente el objetivo… terminarla, y donde otro por rabia hubiera abandonado, él siguió con su casco de romano de plástico, y con su Hachimaki Sus murais hasta completar la prueba.

Momentos inolvidables y que por si solo merecieron la participación, como ese momento fantástico, en el que LA SUFRIDA, Rafa Iza y yo nos dirigíamos a la Plaza de España desde el Polideportivo Diocles, ya que aunque en éste se recogían los dorsales, podías ir hacia la Plaza en grupo o por libre, Rafa y Oscar le preguntaron a una señora que barría la puerta de la casa y que no los había visto llegar:

Buenas tardes, señora, ¿la plaza de España?.

Esa señora que al levantar la vista del suelo, vió ante si a Rafa y a Oscar con una camiseta que representaba una coraza romana, y a éste último con un casco de plástico de romano, con sus plumas rojas al viento, la mujer me pareció que miraba detrás de ellos por si había alguna cámara de esas del objetivo indiscreto, y les dijo ¿qué están de cachondeo?

Se ve que la señora no había oído hablar de los Pretorianos de Tomares.

Nuestro grito en la plaza como siempre: “Hermanos, lo que hacemos en esta vida tiene su eco en la eternidad”; pero esta vez la memoria me jugó una mala pasada, y no pude completarlo, como si fuera un aviso llegado desde Delfos o desde Cumas.

Recorrer ese río, una y otra vez, por cada una de sus orillas, en todas direcciones, como si buscaramos algo que allí hubieramos perdido o como si buscaramos una isla que no encontramos, quizás una insula imaginaria donde habitaría un Fauno, al que tampoco encontramos, y al que igual que a otros muchos echamos de menos...

Esos kilómetros del segundo recorrido, en los que Andrés al que había picado algún insecto mientras esperábamos, y al que habían salido unas ronchas del tamaño de un as romano, caminaba sonámbulo después de tomarse un antihistamínico de los que dan sueño, Andrés jura que tuvo alucinaciones, quizás por los efectos de la pastilla o al mezclarla con un antiinflamatorio, pero aunque probablemente ese insecto cabrón le ocasionó el abandono en la prueba, dio pie a algunos de los momentos más surrealistas de la misma.

Como ver a Andrés que a unos metros del camino por el que debíamos ir, se paraba en un desvío del camino, como si quisiera quedarse parado allí el resto de la noche, o como si hablará con la noche, en un lenguaje que solo ellos dos podían entender.

O como en un tramo de esos que cierran con una cerca para que no pasen los animales, pero que estaba abierta para que nosotros pasáramos por el lado, se dirigía recto hacia la valla como si quisiera saltarla en lugar de rodearla.

O como en algún momento éste que relata estas historias, le servía de lazarillo, mientras Andrés caminaba detrás agarrado a sus bastones.

El año que viene, Autan en cantidades industriales amigo, nos reiremos probablemente menos, pero acabaremos, y conseguiremos ese Miliario tan bonito, que como el gran Cayo Crastino, el preferido de César, dice; es de esos recuerdos que hasta su mujer le deja que tenga en el salón.

Ese Rafa Iza, indomable, incansable, incombustible, preguntarme que no sabía por qué le llamábamos “Rafalito Tironsitos”, cuando en el segundo tramo se pegó a un grupo de jalonadores del recorrido “para no perderse”, y volaba al encuentro del lago creado por las lágrimas de las ninfas.

Esa parte del segundo recorrido, cuando al abandonar el Pantano de Proserpina, mi pie derecho, empezaba a decirme que algo no iba bien, y que se empezaba a convertir en mi punto débil, ver el nombre de la calle que cruzaba por donde ibamos: “Laguna Estigia”.

Volver a saludar a los amigos de Córdoba, a esos guerreros sabios y fuertes, como "torres", a mi amigo Gil; … si esto fuera fácil lo haría cualquiera.

Echar en falta a algún amigo de Huelva que este año no ha podido participar por problemas de espalda.

Hilario, Ricardo, Panduro, a los amigos de Murcia, o saludar a algún otro que el año pasado decía que aquella sería su última participación.

Ese momento irrepetible en el que vimos acercarse a un Sus murais, A. Cámara si no recuerdo mal y dirigirnos hacía él Oscar y yo, y ver su cara y el de su novia apabullados, y tal vez algo asustados de que dos participantes, uno con un casco en la cabeza se dirigieran a ellos como si los conocieran de toda la vida, habrá que decirle a nuestro amigo que visite nuestro foro más a menudo para que nos conozca más.

A mi primera amiga Cientounera y a su marido, a los que éste que suscribe profesa un enorme cariño, a esa amiga, lucir con orgullo la sudadera de la primera edición de los 101, esa sudadera que solo pueden lucir unos pocos elegidos.

O ese momento en el kilómetro 12 del tercer recorrido, en el que apoyado sobre un piedrolo de tamaño considerable, éste que abandona esperaba a Antonio “el legionario”, ¿puede uno ser conocido por un sobrenombre más bonito?, que con su furgoneta se dedicaba a recoger “cadáveres” a lo largo del recorrido, y al verme el amigo de un amigo mío, que éste si es mi amigo, salirse del recorrido a preguntarme si necesitaba algo.

Este amigo, es amigo de un amigo mío de la infancia, creo que estudiábamos bachillerato, que era eso que se estudiaba, cuando las cosas que se estudiaban tenían nombre y no eran simplemente “e.s.o”, mi amigo de nombre Indalecio, (cágate lorito, que diría mi amigo Chema; los padres los bautizan, Dios los crían, y ellos se juntan), se salió del recorrido y me preguntó que me pasaba, si quería su cortavientos mientras esperaba la furgoneta, o si necesitaba algo, y quizás pensando que era un bajón de azúcar, me dijo si necesitaba una barrita energética, unos caramelos, una gomita…, a lo que le respondí que para andar haciendo el amor estaba yo, no utilicé esa palabra, pero permitidme que no la use por escrito que siempre queda más feo.

Ver a las huestes Pretorianas, terminar la prueba a la que no debemos faltar porque que mejor que nosotros para recorrer millas romanas, ver la alegría de mis hermanos y sus palabras de ánimo a este que suscribe, éste que siempre tiene dudas de que sea merecedor de tantos halagos y cariño.

Y sobre todo ver llegar a Rafa Iza, que después de estar ya vestido de “persona” para abandonar después del segundo recorrido, acudir a Luis, nuestro ángel de la guarda emeritense, al que debemos un pin con el escudo de la Legión, el cual le dio un masaje y lo dejó como nuevo, vestirse de nuevo y afrontar el tercer recorrido, terminándolo como siempre con una sonrisa en la cara, y demostrándonos una vez más, que muchos cuando seamos jóvenes queremos ser como él.

Verlo llegar cuando parecía que no iba a poder completar el recorrido, y ver de esa forma como se obró “el milagro de Mérida”, una lastima que los milagros solo se den de uno en uno, pero para mi ya fue más que suficiente.

Amigos, ya lo dice el título, debo estar enfermo, pues hoy que ando aquí tirado en la cama, viviendo de nuevo todos esos momentos, con el pie embadurnado de Ketoprofeno, y con una tobillera puesta, lo primero que he hecho esta mañana es enviarle un email a mi amigo Manolo Castro (de castrum-castri), preguntándole donde se compró las zapatillas Brooks que llevaba en Mérida que las mías ya están para jubilarse.

Amigos, nos vemos en La Breña, donde como siempre brindaremos por la victoria.